La Ventana de Trutruka

domingo, septiembre 21, 2008

No me bajés los brazos, carajo!





OPERACIÓN i


“Salgamos a volar, querida mía,
Subíte a mi ilusión supersport”
Astor Piazzolla




Terminado el efecto de la morfina
Entre paredes blancas, tubos y catéteres,
mascarillas y aparejos
llegabas a bordo de un platillo volador
y me salvabas y me raptabas
y me aliviabas las heridas
con el bálsamo de tu frescura y tu revolú.

También soñé que acudía la virgen María.


Curiosamente,
los periódicos de esos días
dieron cuenta de avistamientos de ovnis
por Independencia, Huechuraba y Conchalí.




Hace justo diez años, el 11 de septiembre me llamó el Doc. Attila Csende para informarme que los famosos pólipos –o, nódulos?-, que aparecían en las radiografías eran unos tumores que si no me los extirpaban a la brevedad, eran cancer seguro. Y eso que yo había ido a consultar por una persistente acidez estomacal post weekend cargado al exceso. Así fue como la víspera de mi cumpleaños me intervinieron y todo resultó bien. No estuvo mal que en este cambio de folio de los 50 renaciera de nuevo. Quedé al decir de todos “tiqui taca”, rubicundo y rozagante.

A principios de este año empecé una dieta para adelgazar. Mi intención era bajar unos kilitos para andar tirando pinta por el mundo; la verdad es que las pastillas para ese efecto me las tomé una sola vez, pero cuidé la dieta alimenticia, no mucho, pero sí. Muchas amistades me envidiaban el cambio y me preguntaban cómo lo hacía y yo contestaba que unas pastillas al principio pero que la dieta era la clave. Y, agregaba “aunque capaz que esté enfermo, ja, ja”.

De repente, empecé a sentir dolores por todos lados que, inmediatamente, fueron diagnosticados como tensionales, sobre todo en ese momento que estaba en medio de una crisis de la Universidad. Me dolía la cuenca del ojo derecho, la ingle de la pierna izquierda, puntadas en la espalda, dolores en la cintura, lo único que no me dolían eran las muelas, y como esto empezó a pasar de castaño oscuro, empezó la ronda de médicos y exámenes, me tuve que hacer un “scanner nuclear magnético cerebral troncal”, donde me metieron en un sarcófago blanco interespacial, para descartar los trigénidos; scanner al estómago, en fin.

Este año, el 12 de septiembre, mi amiga María Eugenia, quien me ayudaba a revisar los exámenes, me dijo directamente que eso que se describía como una masa indefinida en el estómago era, probablemente, un tumor cancerígeno.
Más exámenes. Más pinchazos.
Hoy, parezco miembro de la familia Simpson porque estoy amarillo total y con las vías biliares obstruidas, y que el colédoco, y que insuficiencias en el híhago, páncreas y riñones.

Parece que la cosa viene cuesta arriba pero haré como los uruayos, quienes dicen ¡No me bajés los brazos, carajo!
Y cómo no!
Me acuerdo de un tipo que vi en una discoteca en Lima bailando en una silla de ruedas, había tenido un accidente automovilístico, pero su amor por la vida y el baile eran superiores más potentes.
Y me acuerdo de Carmen Gloria Quintana que resistió la llamarada milica.
Y me acuerdo de Iván Ortega, quien luego de “ene” quimioterapias, reunió a sus amigos en un almuerzo bien regado bajo el parrón de su casa, y nos dijo que ganaría esa partida.
Y me acuerdo de la Pachi, que el año pasado se pasó en la clínica, entre comas y puntos suspensivos… y hoy anda feliz por la vida.

Mi Sol dice que la fuerza está en mí, que el poder está en mí, que todo depende de mí.
Yo sé que una forma de responder a tanto cariño, esmeros, buenas vibras y la fe que me transmiten mi familia y tantos amigos y tantas amigas, es tirando p’arriba.

Estoy en ese proceso de búsqueda de energía, buscando mi sanador interior, encomendado a los dioses del universo, a mi ángel de la guarda y la virgen María; tratando de armonizarme con el cosmos y con quien lo gobierna, el ser supremo que se parece tanto al Dios que hace tanto tiempo rehúyo con lágrimas en los ojos.
Y eso…