La Ventana de Trutruka

viernes, enero 04, 2008

Guerra de símbolos


No sé si uds. saben que, en Bolivia, la población indígena representa la mayoría de la población, alcanzando un 62%, es decir, cerca de 3,9 millones de personas. Y que aparte de los cuatro idiomas oficiales-el español, el aymara, el quechua y el guaraní-, en el país hay 36 pueblos originarios con igual número de lenguas. El último tiempo se han construido alfabetos de 15 pueblos: mojeño ignaciano, mojeño trinitario, baure, sirionó, movima, yaminawa, weenhayek, guarayo, itonama, chacobo, besito y chipaya. los otros corresponden al quehua, al aymara y al guaraní. ¡Qué diversidad y qué riqueza cultural! No es extraño que poco entendamos del conflicto que opone al Oriente boliviano, con Santa Cruz de la Sierra a la cabeza, los que quieren crear la nación Camba, con el resto del país, el de la sierra y el altiplano, los llamados Kolla.


Algunos dicen que el responsable de la actual crisis en que están enfrentados es Evo Morales., Leo en un blog que Evo “no ha desatado viejos odios, lo que está tratando es reivindicar a los indígenas que son mayoría en Bolivia y que hasta hace poco eran considerados ciudadanos de segunda clase...”. Víctor Reinaga, con motivo de las fiestas de fin de año, me envía desde La Paz “abrazos cálidos y fraternales y el lamento de no poder compartir personalmente un vinito” y para que me informe de lo que pasa en su país, me transcribe un artículo, de la periodista e historiadora Lupe Cajías, el que comparto con Uds. En el artículo Guerra de símbolos, aparecido en el diario boliviano La Prensa (16/12/07), Lupe Cajías describe las fuerzas en pugna que “representan a dos visiones de mundo, casi irrenciliables” . Las imágenes que acompañan a este posteo pertenecen a pinturas de Cecilio Guzmán de Rojas.



Guerra de símbolos

"Alguien escribió que los enfrentamientos por la capitalidad deberían concluir con dos países: uno- el moderno y blancoide- con su capital Sucre y el otro- tradicionalista y cholo- con su capital La Paz. Nota sincera entre una serie de argumentos para maquillar o disfrazar la verdadera y quizá única tensión real que existe en el país, más ahora, pero presente desde su fundación.
Esas fuerzas en pugna representan a dos visiones del mundo, casi irreconciliables.
Una es la de la nación clandestina, que apenas reconocíamos en el pincel de Cecilio Guzmán de Rojas, los filmes de Jorge Sanjinés o los kantus de Charazani y las fiestas; aquella que ha emergido exuberante con poder político desde el municipio de la participación popular al Palacio de Gobierno.
Esa nación de ríos profundos, a veces subterráneos, que nunca logró ser asimilada por la clásica acumulación mercantilista capitalista; que nunca logró tener los dulces encantos y finuras de la burguesía de salones y copetines; que nunca logró empatar sus ideales de belleza, de felicidad y bienestar con aquellos grecoromanos; que nunca desarrolló la cantidad de complejos de culpa judeocristianos; que nunca dejó de pensar que más allá del cuerpo había que cuidar el alma, el ajayu.
Esa nación, fundamentalmente aymara, que siempre supo mimetizarse con las reglas coloniales, las ambiciones liberales, los nacionalismos o los mercados regionales, pero que en esencia es distinta a todo lo que ilustra los textos escolares.
La otra es la nación más conocida, que sale en la TV y en los sociales, que exporta, que más mira afuera que adentro, que es racional (aunque no siempre razonable) que emocional, que cuida las inversiones y gasta más en estudios que en festejos, que usa vestidos similares a los que usan millones en todas partes, que puede pasar inadvertida porque es tan moderna como otras en todo el mundo.
De alguna manera, La Paz y Evo Morales son símbolos de la primera; Santa Cruz y Rubén Costas, de la segunda, a pesar que un examen detallado nos mostraría que todo está entreverado.
Sólo que el capital simbólico de Morales supera toda lógica y difícilmente aparecerá otra persona con tanta carga: hijo de aymaras en territorio minero, migrante zafrero en la Argentina, heladero en la ciudad, trompetista en carnaval, colonizador en zona quechua, al borde del trópico y, por si fuera poco, defensor de la hoja de los ritos y conjuros. Alto, fuerte, sin miedos, reúne en sí todo lo que está en la memoria colectiva de esa nación clandestina. ¿Quién lo va a derrotar en ese plano, donde radica su verdadera fuerza?
La Asamblea Constituyente, desde que fue impulsada por esa nación clandestina hasta este final, es más construcción simbólica, casi acto mágico, que espacio para un racional "pacto social". ¿Qué le va a interesar a ese anciano uru que sale en la foto, una coma más o menos, un título sobre derechos y otro sobre deberes, si lo que él celebra es que "su" constitución ha ganado? ¿Acaso las otras le ayudaron a aprender a leer y escribir, a discutir filosofía y doctrina, a polemizar sobre el derecho a réplica o el habeas data?
Querer un acuerdo, un encuentro es, por eso, sólo un buen deseo. Se ha abierto, por múltiples cauces, un proceso irreversible. El péndulo está al otro lado, falta saber dónde encontrará su equilibrio".


Y, antes de finalizar, no puedo no comentar la indolencia y ausencia de asombro ante las injusticias que se cometen en Chile en contra del pueblo mapuche. Patricia Troncoso, acusada de terrorismo y condenada a 10 años de cárcel, lleva 85 días en huelga de hambre, y nadie reacciona. Ayer, paco valiente dio muerte con una ráfaga de ametralladora UZI, por la espalda, al joven Matía Catrileo...


Y eso...