Montevideo entre la bruma del río de la Plata
“Salgo a caminar por la cintura cósmica del sur...", debió entonar Rolando Durán hace unas semanas, lo pensó y lo hizo. Y en su relatorio nos ha descrito la furia de las aguas o la escasez de ellas. No se le escapan ni la sudestada en Argentina, ni la sequía del Chaco boliviano y paraguayo, ni la expansión abusiva de la siembra de soya, ni el río allá en el norte brasileño que se enche y baja lleno de lodo y piedras. Y nos recuerda que tras cada salida de madre de la naturaleza hay hombres, mujeres y esperanzas que se esfuman.
Helo, esta vez, tomándole el pulso a Montevideo. ¡Bárbaro, che!
Qué impresión más grande cuando se asoma Montevideo entre la bruma del río de la Plata. Pensé de inmediato en las Ramblas, en el Ganapán y Buscavida de Galeano en la Canción de Nosotros, y, por supuesto, por sobre todo, en la sombra multiplicada de Laura Avellaneda, caminando por esas calles y declarando la tregua para todos nosotros.
En la turbulencia perenne de la América del Sur, Uruguay pareciera querer pasar desapercibido. Bajo un halo de medianidad y equilibrio, de mar quieta. Se dan el lujo de tener a Onetti, a Galeano o a Benedetti, pero sus librerías no son ostentosas, no te tiran en la cara lo ignorante que sos, lo poco que has leído o todo lo que te falta para ser culto. Tienen muy buenos indicadores de salud, educación y calidad de vida, pero no parecieran vivir histéricos por las cifras, los porcentajes o las tendencias. Se percibe un cierto “caos tropical” que me hace sentirme en casa; cuando las disfuncionalidades se hacen evidentes, lo miran con pasmo, con asombro ausente, como que no fuera de ahí. Pero las cosas así se quedan, se resuelven con una sonrisa y una palabra/frase encantadora: ¡bárbaro!
Montevideo, sin embargo, como todas las capitales de la América Latina, se caracteriza por tener una importante población en situación de pobreza. Esa gente que vive en la cota inferior de la estadística y que, muchas veces, “para reducir el error” se desaparece de la ecuación. Los cantegriles de Montevideo viven una situación de vulnerabilidad perenne. Un riesgo que se ha instalado en la vida de las personas y sus comunidades, desde la fundación misma. Llegaron con el riesgo al hombro, después, de pura casualidad, se han encontrado con un río, un deslizamiento, o una tierra huidiza que se les va por debajo de los pies.
En Uruguay no hay desastres. Eso dice todo el mundo. Aquí como no pasa nada!, bueno, de no ser porque en el norte del Uruguay impacta una sequía creciente – el 2004 comenzó con un déficit de agua, que se extendió hasta la mitad del 2005, o porque el régimen de precipitaciones en otras partes del país se ha duplicado. Claro, las inundaciones que todos los años cobran vidas se dan en aquellas zonas, de las que no se quiere mucho hablar.
En el 2005, un ciclón extratropical se apareció por el Uruguay. En instantes, el litoral del Plata se vio azotado por vientos de hasta 175 kilómetros por hora. La gente no recibió aviso, muchos dicen que los satélites se habían vuelto a mirar el Katrina y a Nueva Orléans. Otra vez, estos aparatos que deambulan como sonámbulos a 45.000 kilómetros de altura, aparecen como héroes y villanos de una historia en la que los protagonistas hacen mutis por el foro y los créditos finales se ven vacíos. Uruguay enfrentó una situación que nunca habían tenido, ni en pesadillas y, otra vez, la realidad se presentó diciendo aquí estamos, y las cosas no andan bien. Después del agua y el viento, que dejó a tanta gente en la calle, los materiales que quedaron en el suelo se comenzaron a incendiar, y el verano también castigó, con los recuerdos del huracán.
La cuenca del río de la Plata es un escenario de gran belleza que Argentina y Uruguay parecen hermanarse y compartir. En el Delta, Buenos Aires de un lado y Montevideo del otro. Punta del Este hacia el océano, para más señas, con toda su modernidad y glamour. En la misma cuenca, más arriba, los conflictos por la industria de la celulosa, Argentina rechaza y Uruguay se impone. El Mercosur se tambalea con un “pequeñito” conflicto, que no saben cómo resolver. Argentina reclama la contaminación posible, pero más arriba, el capital argentino siembra soja del lado uruguayo, ese oro vegetal que está asolando miles de hectáreas de suelo brasileño, paraguayo, bolivianos y del Uruguay. Un cultivo que degrada, impermeabiliza y aumenta las inundaciones.
Uruguay es un país de instituciones pequeñitas, altamente dependiente de su vecinos. La meteorología para el aeropuerto en Montevideo la hacen en Ezeiza los argentinos. La capacidad de gestión ambiental es reducida. El riesgo de su población crece, mientras avanzan la lluvia y la sequía. En un país que recién despierta del autoritarismo, queda mucho por esperar. El equilibrio es frágil y habrá que ver quienes lograrán llegar primero.
Y eso...
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