La Ventana de Trutruka

lunes, marzo 06, 2006

Desde la República de la Conciencia


En el último blog conté de la distinción otorgada al grupo irlandés U2: Premio Embajadores de Conciencia 2005. El nombre del galardón está inspirado en el poema “Desde la República de la Conciencia” del Premio Nobel de Literatura Seamus Heaney, escrito en conmemoración del 25º aniversario de la fundación de Amnistía Internacional.
Les invito a conocer el poema de Heaney.


Desde la República de la Conciencia


I

Cuando aterricé en la república de la conciencia
y los motores se callaron, era tal el silencio
que pude escuchar el canto de un pájaro por encima de la pista.

El funcionario de inmigración, un hombre viejo,
extrajo una billetera de su abrigo tejido a mano
para mostrarme una fotografía de mi abuelo.

La mujer de la aduana me hizo declarar
las palabras de nuestros tradicionales rezos
contra el mal de ojo y de nuestros remedios para la mudez.

No hubo ningún portero. Ningún intérprete. Ni un taxi.
Uno llevaba su propio bulto y muy pronto
desaparecían los síntomas del recién adquirido privilegio.

II

Allá la neblina es un agüero temido, mas los rayos
anuncian la bonanza universal y los padres, durante la tempestad,
cuelgan a sus infantes en los árboles.

Su mineral precioso es la sal. Y ponen conchas marinas contra
el oído a la hora de los nacimientos y de los entierros.
Todos los pigmentos y tintas tienen por base el agua del mar.

Su símbolo sagrado es una barca estilizada.
La vela es una oreja y, una pluma inclinada, el mástil.
El casco tiene forma de boca, la quilla es un ojo abierto.

Al asumir sus cargos, los funcionarios públicos
deben jurar su defensa de la ley no escrita, llorar
de vergüenza por atreverse a ocupar sus puestos

y afirmar su convicción de que la vida nació
de sal en las lágrimas derramadas por el Dios-del-cielo
cuando soñó que su soledad era infinita.

III

Regresé de aquella república frugal
con los dos brazos de igual tamaño, pues la aduanera insistía
que uno mismo representa el límite de los recursos permitidos.

El viejo se levantó, me miró a la cara y declaró
que en eso consistía el reconocimiento oficial
de que ahora disfrutaba de la doble nacionalidad.

Quiso por lo tanto que yo, al llegar a casa,
me considerara un representante de ellos
y que, usando mi propia lengua, hablara en su nombre.
Tenían embajadas, dijo, en todas partes
pero que cada una operaba independiente
y ningún embajador sería retirado jamás.


Y eso...