A la silla eléctrica
Algunas son para la risa y siempre van en primera página de los diarios y en la tele. Me refiero a las ditirámbicas iniciativas que le lleva el ofertón antidelincuencia desatado por Lavín, candidato derechista a la presidencia. Islas, botones de pánico, capar, guardias de rojo, torres de vigilancia, la tercera es la vencida. Cualquiera creería que vivimos bajo la ley de la selva.
Releyendo Rayuela, me encontré con este texto en el capítulo 117 de la famosa novela de Cortázar. Es un extracto de la defensa judicial de los jóvenes Nathan Leopold y Richard Loeb, asesinos del Bobby Franks, de 14 años. El abogado Clarence Darrow los salvó de la silla eléctrica. Corrían los años 1923 y 1924.
Vamos al texto:
“He visto a un tribunal apremiado y hasta amenazado para que condenara a muerte a dos niños, en contra de la ciencia, en contra de la filosofía, en contra del humanitarismo, en contra de la experiencia, en contra de las ideas más humanas y mejores de la época.
¿Por qué razón mi amigo Mr. Marshall, que exhumó entre las reliquias del pasado precedentes que harían enrojecer de vergüenza a un salvaje, no leyó esta frase de Blackstone: ‘Si un niño de menos de catorce años, aunque sea juzgadlo incapaz de culpa prima facie, es, en opinión del tribunal y el jurado, capaz de culpa y de discernimiento entre el bien y el mal, ¿puede ser convicto y condenado a muerte?’
Así, una niña de trece años fue quemada por haber muerto a su maestra.
Un niño de diez y otro de once años que habían matado a sus compañeros, fueron condenados a muerte, y el de diez ahorcado. ¿Por qué?
Porque sabía la diferencia que hay entre lo que está bien y lo que está mal. Lo había aprendido en la escuela dominical.
Clarence Darrow, Defensa de Leopold y Loeb, 1924”
Eso...
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